Un hombre abandona su población natal (digamos, abandona la pobreza de ese lugar… y también a su mujer y su hijo) para cruzar el océano y llegar a hacer una nueva vida en una ciudad que podríamos describir como demente: está llena de objetos incomprensibles, de formas monstruosas, de animales raros y de cosas que flotan. Esta es la premisa sobre la que trabajó el artista australiano Shaun Tan .
La llegada (o Emigrantes) no tiene ni una línea de diálogo, ni una palabra más luego de ese título. Eso es todo. Y en ese silencio se vuelve poderosa. Transcurre delante de nuestros ojos de una forma que es cinematográfica, pero que no deja jamás de ser una novela gráfica, sea por la disposición de los paneles, por su tamaño o por el simple hecho de que todo el tiempo te está recordando que estás viendo dibujos. Y apenas ves un par, sobre todo los que retratan esta «ciudad-monstruo» (por decirle de algún modo) es imposible desprenderte.
En una textura de blanco y negro, como de fotos antiguas, muy inspiradas en la Nueva York de principios del siglo XX, lo que se despliega ante nosotros es una verdadera epopeya: un hombre común llegando a un mundo nuevo y teniendo que sobrevivir. Este hombre no habla el lenguaje de esa ciudad (que es incomprensible para nosotros también), pero, además, no termina de entender la lógica de esta ciudad (y, de hecho, nosotros tampoco): hay seres extraños, objetos de formas estrambóticas y un funcionamiento que nos es ajeno. Es una ciudad incomprensible.
Ante esa atmósfera llena de extrañeza (y, por qué no, hasta de una cierta fascinación mezclada con miedo a ser devorados), Tan nos pone en la piel de quien se enfrenta a lo desconocido, pero que es lo familiar para los demás. Nunca llegamos a saber bien si esta ciudad es realmente tal cual aparece ilustrada o sus aspectos monstruosos/aberrantes/incomprensibles están todos en la imaginación del personaje principal, y en esa tensión vamos recorriendo las páginas, maravillados, pero con el corazón hecho un puño.